Siempre le temí al amor. A sufrir, a encontrarme conmigo misma perdida, sin rumbo, sufriendo por un corazón roto. No quería vivir mi vida lamentándome por alguien que no me amó, ni mucho menos sufrir y luchar por olvidar a esa persona. Simplemente me negaba a abrir mi corazón y enamorarme. No podía y sabía que no debería hacerlo.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando de repente ves a alguien que enciende tus sentidos e ilumina tu alma? ¿qué pasa cuando te reflejas en una mirada y deseas no dejar de hacerlo? ¿qué pasa cuando tu propio cuerpo te acusa diciéndole a la otra persona que tus manos quieren acariciarle y tus brazos acobijarle? Llega así, sin aviso, sin permitirte decidir o no. Simplemente te enamoras.

Luego de eso me dejé llevar y descubrí una nueva experiencia. Aprendí a vivir el amor sin restricciones y sin esa inseguridad de no saber si te dañarán o no. Decidí dejar que mi corazón actuara por esta vez, pues estaba segura de que valdría la pena luego de haber sufrido, y siempre lo confirmaba cada vez que lo miraba a los ojos.
Pensé que quizá había faltado a mi palabra de jamás enamorarme, pero, ¿sabes qué? creo que hacerlo fue la mejor decisión de mi vida, porque aprendí amar intensamente, sin haber sabido nada del amor antes.
Y me enamoro más cada día.